La transición hacia fuentes de energía sostenibles en el sector transporte se ha consolidado como una prioridad estratégica a nivel global. Esta transformación obedece tanto a presiones regulatorias como a cambios en las preferencias del consumidor, así como a la necesidad de mitigar las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) sin comprometer la eficiencia logística. En este contexto, el avance de los combustibles alternativos como el diésel renovable, el biodiésel, el gas natural licuado (GNL), el hidrógeno y los e-fuels está remodelando las dinámicas operativas de la cadena de suministro.
El mercado global de diésel renovable, valorado en 23 mil millones de dólares en 2024, proyecta un crecimiento sostenido de más del 8% anual durante la próxima década, reflejando el impulso internacional por parte de los gobiernos y la industria para descarbonizar el transporte. Paralelamente, la Agencia Internacional de Energía estima que la demanda de biocombustibles aumentará un 30% entre 2023 y 2028, impulsada por países como Brasil, Indonesia e India, que han intensificado sus mandatos de mezcla y políticas de fomento.
En Estados Unidos, el uso de diésel renovable ha ganado terreno de forma significativa. En California, este combustible representó en 2024 casi el 65% del total de destilados utilizados para transporte, gracias a políticas estatales de incentivos y a la compatibilidad con los motores existentes. Sin embargo, el intento de California por imponer un marco regulatorio más ambicioso, mediante la prohibición de camiones diésel nuevos a partir de 2036 bajo el programa Advanced Clean Fleets, fue abandonado en enero de 2025 ante la falta de aprobación federal y la incertidumbre política derivada de los cambios en la administración nacional. Este retroceso expone la fragilidad de los procesos regulatorios subnacionales y la necesidad de una articulación coherente entre niveles de gobierno para garantizar la adopción efectiva de tecnologías de cero emisiones.
La expansión de los combustibles alternativos presenta además desafíos logísticos sustanciales. La disponibilidad de infraestructura para la carga de vehículos eléctricos o el suministro de hidrógeno sigue siendo limitada, particularmente en economías en desarrollo. Esta restricción logística afecta directamente la eficiencia operativa y encarece los costos, lo que ralentiza la adopción a gran escala. A esto se suma la limitada disponibilidad de materias primas sostenibles, como aceites usados y biomasa residual, para la producción de biocombustibles avanzados, lo que puede comprometer la escalabilidad y la estabilidad de precios. La logística de abastecimiento se convierte así en un componente crítico para determinar la viabilidad de cada tecnología energética en diferentes contextos geográficos y segmentos del transporte.
A nivel internacional, el transporte marítimo enfrenta presiones crecientes para reducir su huella de carbono. La Unión Europea, por medio de su sistema de comercio de emisiones (EU ETS) y el reglamento FuelEU Maritime, exige reducciones progresivas en la intensidad de GEI de los combustibles marinos a partir de enero de 2025. Estas normativas obligan a las navieras a incorporar combustibles bajos o neutros en carbono, como el metanol verde, el bio-GNL y el amoníaco, al tiempo que impulsan una transformación en la infraestructura portuaria. Empresas líderes como Maersk y CMA CGM ya operan buques impulsados por metanol, aunque la adopción generalizada de tecnologías como el hidrógeno o el amoníaco enfrenta barreras técnicas, económicas y de seguridad que requieren inversiones significativas y coordinación internacional.
Desde una perspectiva económica, la transición energética en el transporte exige un análisis riguroso de costos de capital y operación. Algunos combustibles, como el diésel renovable o el biodiésel, presentan ventajas al poder ser utilizados en motores existentes sin modificaciones relevantes. En contraste, tecnologías basadas en hidrógeno o e-fuels requieren cambios profundos en vehículos, estaciones de servicio y capacidades técnicas, lo que incrementa significativamente la inversión inicial. No obstante, los vehículos eléctricos, si bien enfrentan limitaciones de autonomía, pueden ofrecer menores costos operativos por su eficiencia energética y bajo mantenimiento, lo que resulta atractivo para flotas urbanas y de última milla.
En conjunto, la transformación energética del transporte global plantea oportunidades y retos logísticos de alto impacto. La viabilidad de esta transición dependerá de la evolución del marco regulatorio, la disponibilidad de infraestructura y materias primas, así como de la capacidad del sector para adaptarse operativamente a nuevas condiciones de suministro y demanda energética. La implementación exitosa de combustibles alternativos requerirá no solo decisiones tecnológicas acertadas, sino también una coordinación institucional eficaz, incentivos adecuados y una visión estratégica de largo plazo por parte de todos los actores de la cadena logística.


Sharon Picado Villalobos
Agente de Inteligencia Comercial y Jefa de Operaciones en STRATEGA. Licda. en Administración Aduanera y Comercio Exterior de la Universidad de Costa Rica. Especialista en Inteligencia Comercial.
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