El debate presidencial entre el actual presidente de los Estados Unidos Joe Biden y el exprediente Donald Trump, desarrollado este 27 de junio, captó la atención no solo de Estados Unidos, sino del mundo entero, y es que la relevancia del encuentro se estimaba crucial para la configuración de las próximas elecciones presidenciales del 5 de novimebre, dado el empate técnico en las encuestas nacionales. Según el portal FiveThirtyEight, Biden cuenta con un 40,8 % de las intenciones de voto, mientras que Trump le sigue de cerca con un 40,7 %, siendo que en los últimos meses era Trump el que encabezaba las encuestas en estados clave. Esta paridad refleja la polarización política actual en el país y la importancia de cada palabra y gesto durante la dinámica en directo.
La relevancia de este debate radicó no solo en el estrecho margen entre ambos candidatos, sino también en sus visiones diametralmente opuestas sobre el futuro de Estados Unidos, su papel en el concierto de las naciones y las dinámicas geopolíticas y geoeconómicas actuales. Joe Biden, a sus 81 años, se presenta como el defensor de políticas progresistas y de continuidad con su actual administración, enfatizando temas como la justicia social, el cambio climático y la reconstrucción económica post-pandemia. En contraposición, Donald Trump, con 78 años, sigue firme en su discurso conservador, promoviendo una agenda de reducción de impuestos, políticas migratorias estrictas y una postura de firmeza en la política exterior.
Se ven enfrentadas dos cosmogonías políticas, por una parte, un neo-socialismo progresista en pro de un globalismo exacerbado, y, por otra parte, un neo-nacionalismo mercantilista claramente soberanista.
Dejando de lado la forma, donde se evidenció por una parte la imagen ampliamente debilitada del actual presidente Biden que ha conllevado a que solo horas después del amanecer del 28 de junio, partidarios y voces fuertes del partido demócrata comiencen a socializar la idea de la necesidad de que el presidente Biden se haga a un lado de la campaña electoral y se sopese el presentar un nuevo candidato o candidata en la convención de agosto, versus las esquivas y generales respuestas y consignas dadas por el ex presidente Trump, a nivel de fondo, se dejaron entrever elementos clave y característicos de los planes de ambos candidatos.
Así, por ejemplo, Biden destacó sus logros en la lucha contra el cambio climático, su gestión de la pandemia y sus esfuerzos por revitalizar la economía a través de políticas inclusivas, achacando las condiciones de inflación exacerbada presentes a la mala gestión financiera heredada de su contrincante. Biden también hizo hincapié en su política exterior multilateral, subrayando la necesidad de cooperar con sus aliados, apoyar a la OTAN como eje de contención contra lo que él estima una visión expansionista de Vladimir Putin con un afán de reestructurar un imperio soviético.
Trump, por su parte, centró su discurso en su ya conocida consigna de “MAKE AMERICA GREAT AGAIN”, puntualizando que Estados Unidos está en decadencia y sus propios aliados no los miran con el mismo respeto a como en el pasado; a su vez aprovechó el momento para criticar fuertemente la gestión económica de Biden, destacando la inflación y el aumento de los costos de vida. También utilizó una retórica agresiva al afirmar que la administración actual ha permitido la entrada masiva de inmigrantes ilegales, lo cual, según él, amenaza la seguridad, la economía y el empleo de Estados Unidos.
En términos de política energética, Trump deja entre ver una férrea intensión de aumentar la producción de energía doméstica, incluyendo la explotación de petróleo y gas, con el objetivo de reducir la dependencia energética del extranjero y crear empleos en el sector energético. Claramente su discurso se aparta de los enfoques de lucha contra el cambio climático, la electrificación vehicular o el cambio de la matriz energética nacional. Esta postura contrasta con la de Biden, quien aboga por una transición hacia fuentes de energía más limpias y renovables emparejado con el meta-mensaje globalista de “New Green Deals” que ha predominado en los últimos cuatro años con especial impacto a nivel de la Unión Europea.
Ahora bien, es claro que los debates bajo este formato mediático en los Estados Unidos no están dirigidos realmente a proyectar la profundidad técnica de los rubros en discusión, sino el hablarle de una forma más certera y genuina a las bases electorales para encender o languidecer pasiones cívicas que serán, al final, las que los impulse a dirigirse a las urnas; por ende, no solo hay que ponerle atención a lo que se dijo, sino también a lo que NO se dijo, como por ejemplo la posición de ambos candidatos sobre el apoyo a la creación de un Estado palestino.
Precisamente sobre lo que NO se dijo es de relevancia conocer las propuestas en cuanto a política de comercio exterior del expresidente Trump…, propuestas que ya están sobre la mesa ante una segunda administración bajo su mandato enfocadas en la protección de la industria nacional derivada de la necesidad de reducir la dependencia de productos extranjeros. Parte de sus propuestas concretas son las de emitir una tarifa universal del 10% sobre todas las importaciones que se desarrollen en suelo estadounidense y la imposición de un arancel del 60% sobre las importaciones chinas, buscando proteger los empleos estadounidenses y reducir el déficit comercial. Trump propone eliminar el estatus de nación más favorecida de China, lo que resultaría en aranceles más altos para una amplia gama de productos chinos, y prevé un plan de cuatro años para eliminar todas las importaciones chinas de bienes esenciales como electrónicos, acero y productos farmacéuticos, todo ello acompañado de un paquete de incentivos fiscales para las empresas que produzcan bienes en Estados Unidos, buscando así fomentar la reindustrialización del país. Sin embargo, estas medidas podrían desencadenar represalias comerciales y afectar negativamente a la economía estadounidense a largo plazo.
Como se logra apreciar, este enrutamiento de una posible nueva administración Trump transmutaría dramáticamente el protagonismo de Estados Unidos en el multilateralismo global e impulsaría el surgimiento de más voces nacionalistas, soberanistas y de derecha conservadora a nivel mundial.
En este contexto, Costa Rica se encuentra en una posición geoestratégica favorable, independientemente de si Donald Trump o Joe Biden lideran la administración de Estados Unidos. La relación histórica y comercial entre ambos países, sustentada por el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica, República Dominicana y Estados Unidos (CAFTA-DR), ofrece a Costa Rica una ventaja significativa. Este acuerdo proporciona una base sólida de seguridad jurídica que protege a las exportaciones costarricenses de posibles imposiciones de aranceles por parte de Estados Unidos. Además, la tendencia hacia el nearshoring, impulsada por la necesidad de Estados Unidos de acercar sus cadenas de suministro, coloca a Costa Rica como un socio estratégico ideal. La infraestructura y el entorno empresarial del país están preparados para satisfacer estas necesidades, ofreciendo una ventaja competitiva que trasciende las administraciones presidenciales estadounidenses. Es claro que con una eventual reelección del actual presidente Biden se generaría un continuismo a los proyectos ya abiertos de diálogo y cooperación derivados de la implementación de la Ley de Chips y Ciencia (Chips Act) y es probable que una administración Trump secunde la iniciativa.
Adicionalmente, el panorama actual del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá (TMEC) sugiere que la implementación total para sus miembros no se concretará hasta 2026, como se dictaminó en la cuarta reunión de la Comisión de Libre Comercio del TMEC en mayo de este año. Esto indica que es poco probable que se generen nuevos lineamientos o se impulsen adhesiones de terceros países al TMEC antes de esa fecha. En contraste, existe una mayor posibilidad de que ciertos capítulos del CAFTA-DR sean actualizados y mejorados antes de que se concrete la implementación total del TMEC. Esta dinámica ofrece a Costa Rica una ventana de oportunidad para fortalecer y modernizar sus vínculos comerciales con Estados Unidos, asegurando su posición como un socio comercial clave.

Andrei Calderón Enríquez
Presidente y socio fundador de Stratega. Especialista en comercio internacional, acceso a mercados, geoestrategia comercial y geopolítica. Asesor, consultor y desarrollador de proyectos.
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